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Comer sin petróleo

Este mes, puedes encontrarte con Foodtopia mientras vuelas.Y es que, la revista Yorokobu nos ha dedicado un fantástico reportaje que ahora viaja en Vueling.  En la entrevista queda clara la situación actual de la alimentación mundial con respecto al petróleo.

No nos queda más que agradecerles su ayuda en la difusión de este problema istémico. Ah! y dejaros la entrevista:

Objetivo: comer sin petróleo

Nos encontramos en un callejón del que aún no sabemos si hay salida. El modelo de sociedad que sufrimos o disfrutamos —eso depende de dónde te haya tocado vivir— se supedita a la proverbial disponibilidad casi ilimitada de combustibles fósiles de bajo coste. Ello incluye la manera en que producimos y consumimos los alimentos que nos permiten sobrevivir.Foodtopia propone una alternativa basada en la no dependencia del petróleo. Para ellos, ese es el único futuro.

Sin necesidad de futurología u otras magufadas, hay una cosa que parece clara acerca de lo que está por venir: el consumo de petróleo descenderá o por las buenas o por las malas. Es decir, su uso se verá reducido, o bien porque la humanidad hace los deberes y se conciencia de las consecuencias medioambientales, o bien porque su escasez obliga a ello.

Dice Jesús Pagán, ingeniero y fundador de Foodtopia, que si no respondemos a esta realidad y se sigue quemando petróleo como si no hubiera un mañana, ocurrirá eso precisamente, no habrá un mañana. «La ciencia se ha olvidado de buscar un modelo de transición energética. Si eso no cambia a corto plazo, dejaremos a nuestros hijos en un escenario como el de Mad Max».

La película les sonará —no Mad Max, que seguro que sí—. La otra. La del futuro apocalíptico propiciado por el cambio climático y la escasez de elementos fundamentales para la supervivencia. Lo planteaba el Club de Roma en el estudio que encargó al MIT de Massachussets en 1972 y que fue bautizado como Limits to Growth (Los límites del crecimiento).

 

El gobierno estadounidense elabora periódicamente el informe Energy Use in the U.S. Food System, donde se ha confirmado que, por cada caloría de la ingesta diaria, son necesarias más de diez calorías de energía. A este lado del Atlántico, el Informe Anual 2010 de la Asociación Española del Gas dice que, en España, los ciudadanos tienen un consumo energético per cápita equivalente a 7,3 kilos diarios de petróleo. Producir la alimentación de los españoles requiere el 30% del total de la energía consumida en España, aproximadamente el 60% de todo el crudo usado en nuestro país. Jesús Pagán mantiene que la producción de lo que comemos tiene buena parte de culpa en esa situación y que, sin duda, se pueden reducir las cifras. Además, dice que «es físicamente imposible que la economía vuelva a funcionar como antes cuando no se dispone de suficiente energía barata para ello».

Con ese escenario sobre el tapete se pusieron a investigar cómo dejar de depender del viscoso oro negro. «Creemos que es posible reducir la dependencia del petróleo a partir de la producción local aplicando una logística diferente y una tecnología disruptiva de producción de alimentos», declara Pagán.

Foodtopia es, según quienes desarrollan la iniciativa, «un proyecto tecnológico de producción de alimentos con la máxima desvinculación posible del uso de combustibles fósiles». La aventura comenzó en 2010 con la investigación necesaria para la elaboración industrial de alimentos en fábricas urbanas. «Tres años más tarde, el resultado ha sido la obtención de alimentos que cubren más del 90% de las necesidades energéticas de la dieta, equilibrados, sanos, con una calidad organoléptica igual o superior a los de casa y representativos del recetario tradicional perteneciente a cada cultura local». Y desvinculados de combustibles fósiles. Toma ya.

Foodtopia trata de abordar la idea desde diversos frentes. Desde el punto de vista económico, es difícilmente sostenible un sistema basado en la deslocalización de recursos hacia los países productores de petróleo en el que la dieta causa, según Pagán, el 60% del gasto de nuestro sistema sanitario. «No podremos pagar nuestra sanidad si no cambiamos nuestros hábitos alimentarios».

Existe también un coste social causado por el alto precio de los alimentos. Según Pagán, abonamos el doble de su precio. Las cifras que aporta señalan que el coste medio de nuestra dieta de 2.500 Kcal es de 4 euros. «La razón fundamental es el coste oculto: más de tres euros son en combustible. Comemos petróleo», dice el ingeniero. «Un cambio en el sistema alimentario supondría además una oportunidad de ocupación para millones de personas a través de una tercera revolución social».

La tercera pata de esta mesa maldita son las cuitas medioambientales. «Cuando comemos, “emitimos” más de 380 millones de Kg/día de CO2 como resultado de los procesos empleados para fabricar nuestra alimentación», explica el presidente de Foodtopia. «¿Por qué trasladar lechugas del sur al norte de Europa? ¿Por qué envolverlo todo en múltiples envases de plástico o madera?».

El resultado de esta orgía de combustión y despilfarro son 1.000 millones de famélicos y 1.000 millones de obesos en un planeta que está alcanzando su límite. Se tira el 50% de los alimentos a causa de regulaciones y discriminaciones por calibre, caducidad de productos que se pueden comer o lo que arrojamos en casa a la basura.

Con ese panorama, quisieron aplicar un tratamiento sanador al proceso productivo. «Queremos optimizar la “máquina social” para producir alimentos con menos energía y que la sociedad se pueda beneficiar de la reducción del coste de alimentos, agua, recibos de luz, etc. No hacerlo significa que cada vez más ciudadanos acaban en el paro o en los “márgenes” de la actividad económica, relegados al tercer sector», señala Pagán.

La propuesta del ingeniero y su equipo plantea la «localización» y trazabilidad de la actividad alimentaria en todas sus etapas, el diseño de dietas de bajo índice de transformación a partir de materias primas mínimamente transformadas, la prescripción del alimento como sustituto fármacos, la eliminación del fertilizante de síntesis química y del envase desechable o el uso de energía de biomasa en fábricas.

El plan maestro de Foodtopia tiene también una aplicación palpable, masticable y digerible. La entidad se propuso crear menús a partir de alimentos equilibrados, asequibles y con el mínimo impacto ecológico posible. Estos contienen la energía y los componentes necesarios para una dieta equilibrada de 1.800 kcal y su confección se basa en ideas tales como el apego a los sabores de siempre, la producción en origen, materias primas naturales y un precio asequible para quien no goza de una buena situación financiera.

El formato es impactante y, sin duda, lo menos tradicional de todo el proyecto, ya que cada plato del menú llega congelado y empaquetado en «natural tubes», un packaging similar al utilizado en embutidos como la mortadela.

 

Foodtopia ofrece una de estas raciones como desayuno a partir de leche y cereal al que se le puede añadir cacao, café, fruta o cualquier otra cosa. Hay tres opciones para el almuerzo. Una ensalada líquida similar al gazpacho a la que se le pueden añadir otros elementos como hortalizas, pan, huevo o aceites y especias; un plato de cuchara «a base de legumbres, verduras, grano o arroz, suplementados con caldos de pescado o carne con hierbas aromáticas según recetas tradicionales» y un postre de arroz con leche. La cena es una crema de verduras y algo de carne sin ningún tipo de potenciador del sabor.

«En Foodtopia, el aporte calórico y nutricional diario está garantizado a un precio muy inferior al que estamos acostumbrados, demostrando que producir alimentos de calidad no cuesta más de 1,5€ por persona y día”,aseguran.

Toda la actividad se canaliza a través de los nodos Foodtopia. Se trata de centros de producción y distribución de alimentos con unas características muy concretas. «Los nodos tratan de generar cinturones locales de producción agraria próximos al núcleo urbano, se encargan de la elaboración local de los alimentos y de su distribución», cuenta Pagán. Afirma, además, que «avanzamos en rumbo de colisión. Lo importante ahora no es ordenar las tumbonas cuando el Titanic se está hundiendo. Es necesario sentar a una mesa a los actores políticos y económicos y preparar un plan de choque y optimización del recurso escaso».

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